A finales del siglo XIX tuvo lugar uno de los descubrimientos más relevantes para la arqueología de la provincia de Jaén. Símbolo del cristianismo más temprano, el sarcófago paleocristiano de Martos capturó la atención de arqueólogos, historiadores, cronistas y otros estudiosos durante mucho tiempo.
A finales del siglo XIX tuvo lugar uno de los descubrimientos más relevantes para la arqueología de la provincia de Jaén. Símbolo del cristianismo más temprano, el sarcófago paleocristiano de Martos capturó la atención de arqueólogos, historiadores, cronistas y otros estudiosos durante mucho tiempo. El Molino del Rey, una antigua almazara que se ubicaba en la Plaza de los Infantes —hoy conocida como Plaza del Llanete— se convirtió en el escenario de este hallazgo peregrino, documentado con todo detalle por el erudito Manuel Gómez Moreno, cuyas revelaciones usaré para ilustrarles en esta historia.
La importancia histórica y religiosa de Martos
Martos, una ciudad con un pasado rico y diverso, fue fundada por el emperador Octavio Augusto como la Colonia Augusta Gemella, convirtiéndose en un enclave de gran importancia durante la época romana y en un bastión del cristianismo desde tiempos tempranos. Su relevancia quedó demostrada con la participación en el Concilio de Iliberis a principios del siglo IV, representada por Camerino, obispo de Tucci, mucho antes de la consolidación del reino visigodo.
La ciudad mantuvo su categoría durante el dominio visigodo, llegando a acuñar su propia moneda, y continuó destacando hasta bien entrada la época mozárabe. El sarcófago paleocristiano es un testimonio indiscutible del estatus que Tucci alcanzó en este período y su carácter episcopal.

El descubrimiento en el Molino del Rey
El barrio de las Heras fue escenario de descubrimientos inesperados que nadie supo prever. Junto a la pequeña ermita de San Miguel, antiguo testigo del culto cristiano, se encontraba el conocido Molino del Rey, una propiedad que había pertenecido a la Real Hacienda y que fue adquirida por Don Francisco Muñoz Valenzuela y su esposa, Doña Josefa Castilla y Escobedo.
De este lugar, también conocido en época antigua como "Cerro del Real", el humanista marteño Diego de Villalta nos contaba en su obra: "...en los antiguos edificios que este año de quinientos y ochenta y dos se descubrieron debajo de tierra, en un cerro que ahora llaman del Real, que está junto a la peña de Martos, se halló una piedra negra cuadrada. Debajo de tierra escondidos se descubrieron grandes antiguallas de cimientos y argamasas y piedras con letras y mármoles, basas y capiteles muy labrados y artificiados de arquitectura...".
En 1893, se descubrió una inscripción de origen cristiano que no fue adecuadamente valorada en su momento y terminó olvidada entre otros objetos del lugar. No obstante, en 1896, durante las obras de construcción de un pozo y una alberca en el corral del molino, se produjo el hallazgo de numerosas piedras antiguas que también fueron amontonadas.

Sin embargo, a unos 55 cm bajo la superficie, según relata Gómez Moreno, se descubrió una capa de argamasa que cubría lo que parecían ser restos de un antiguo edificio. Bajo este pavimento, se hallaron varias sepulturas alineadas de este a oeste, entre las que se encontraba el famoso sarcófago paleocristiano. En total, se desenterraron al menos veinte tumbas, tres de ellas de mármol y las demás de ladrillo. En todas las sepulturas se encontraron esqueletos con la cabeza orientada hacia el este, siguiendo la antigua costumbre, aunque no se hallaron objetos adicionales junto a los cuerpos.
Cuando Gómez Moreno visitó el lugar del descubrimiento, relató que aún estaba lleno de las piedras extraídas durante la excavación. En su mayoría, eran restos romanos: un fuste de granito con su astrágalo, otro de mármol blanco de 50 cm de diámetro, capiteles corintios y basas de mármol, cornisas de mármol azulado, una cornisa redonda que servía como base de un cipo de más de un metro de diámetro, así como fustes estriados y grandes losas de mármol. También aparecieron algunas inscripciones sepulcrales.
Características del sarcófago paleocristiano de Martos
El sarcófago, tallado en mármol blanco que algunos expertos, como Gómez-Moreno, atribuyen a la cantera de Filabres, mientras que otros lo identifican como mármol de Carrara o incluso procedente del Proconeso (Turquía), mide 2,14 metros de largo, 0,66 metros de ancho y 0,61 metros de alto. Su decoración en alto relieve, presente en uno de sus lados, muestra escenas del evangelio siguiendo el estilo paleocristiano del siglo IV, aún impregnado de influencias clásicas, pero adaptado a las nuevas corrientes del cristianismo.
La parte esculpida está dividida en siete grupos de figuras, enmarcadas por columnas espirales que alternan con arcos rebajados y frontones. Elementos como las coronas de laurel, símbolo de victoria, y los tritones, criaturas mitológicas que representan el mar, crean una decoración cargada de simbolismo. Las escenas plasmadas incluyen episodios clave de la vida de Cristo, como la resurrección de Lázaro, la curación del ciego de nacimiento, la multiplicación de los panes y los peces, o la conversión del agua en vino en las bodas de Caná.
También se hallaron otras piezas cristianas, posiblemente de origen visigodo, decoradas con rosetas, rombos y círculos enlazados, además de vasijas cerámicas cuidadosamente dispuestas sobre cada sepultura, como parte de algún ritual. La lápida cristiana con inscripción en latín, que contiene un poema perfectamente legible, podría haber pertenecido al baptisterio de una basílica situada en la zona, según el P. Alejandro Recio.

Estas representaciones no solo narran los milagros de Cristo, sino que están cargadas de simbolismo teológico, reflejando la promesa de la vida eterna y la salvación de los fieles. Un detalle bastante notable del sarcófago es la imagen de Cristo, que se manifiesta como un joven filósofo griego, una elección común en el arte cristiano de la época. Esta figura de Cristo, en lugar de un Cristo más adulto o sufriente, muestra la influencia del arte grecorromano, que utilizaba la juventud y la belleza para simbolizar lo divino.
Significado de la tapa del sarcófago
La losa de mármol que cubría el sarcófago, a pesar de su deterioro, ofrecía algunas pistas sobre el devenir de esta caja marmórea. Originalmente, el sepulcro debió estar en un lugar visible, donde su rica ornamentación pudiera ser admirada. Sin embargo, mucho tiempo después, podría haber sido enterrado para albergar otro cuerpo y protegerlo de posibles saqueos. Durante este proceso, se cortó la tapa para nivelarla con el pavimento que la cubría, lo que destruyó parte de los relieves originales.
Junto al sarcófago paleocristiano, sin estar relacionado con él, se descubrió un cipo sepulcral datado en el siglo II d.C., actualmente conservado en la Casa de la Cultura de Martos. Su inscripción dice: "Consagrado a los dioses Manes — Julia Silva, hija de Fabio, de veintitrés años, piadosa para con los suyos, aquí está sepultada. Séate la tierra ligera".
A pesar de los daños, aún se conservan algunos elementos simbólicos en la tapa que complementaban las escenas del cuerpo principal. En el centro, se encontraba un cartel sostenido por dos figuras aladas, probablemente genios de la tradición pagana. A ambos lados de este cartel, se representaban escenas del Antiguo Testamento, como la historia de los tres jóvenes en el horno de Babilonia y la del profeta Jonás siendo expulsado por el monstruo marino. Todas las escenas estaban estrechamente relacionadas con el concepto de la resurrección de los muertos, uno de los dogmas fundamentales del cristianismo.
La historia del sarcófago después de su descubrimiento
Durante mucho tiempo, los vestigios fueron resguardados en el molino, donde atrajeron a numerosos estudiosos interesados en examinarlos de cerca. Sin embargo, muchas de las piedras, mal consideradas de poca importancia, se reutilizaron en la construcción de viviendas de la zona.
En algún momento, entre el descubrimiento y la muerte en 1911 de Doña Josefa Castilla y Escobedo, viuda de Muñoz Valenzuela, el sarcófago, un cipo sepulcral y una lápida cristiana fueron trasladados a la vivienda y capilla familiar en la calle Puerta de Jaén —cabe la posibilidad de que fueran algunas más—, donde el cuerpo que contenía el sarcófago fue inhumado en torno a la década de 1920.
Desde su hallazgo, hubo numerosos intentos de compra por parte de anticuarios y se valoró su venta para sanear las cuentas de la fundación benéfica que Doña Josefa instituyó en 1908 con el fin de ayudar a los pobres de la ciudad. Afortunadamente, la venta nunca se concretó, y en 1975 el sarcófago pasó a formar parte, en depósito, del Museo Provincial de Jaén, donde ha permanecido desde entonces.
La capilla gótica, construida a finales del siglo XIX o principios del XX en la calle Puerta de Jaén, fue durante años custodia de esta gran obra. Con una fachada de piedra, supuestamente extraída de la Peña de Martos, su interior era igualmente llamativo. Quienes pudieron admirarla cuentan que tenía un techo azul cubierto de estrellas y que solo albergaba una pequeña talla de la Virgen. Desafortunadamente, la capilla fue demolida en los años 70 para dar paso a viviendas y garajes, y su historia sigue rodeada de misterio.

Pieza clave en la historia para una ciudad insensible al patrimonio
El descubrimiento del sarcófago paleocristiano de Martos es un testimonio invaluable de la rica historia y el patrimonio arqueológico que la ciudad guardaba celosamente bajo sus tierras. Se trata de una pieza de valor incalculable, única en su tipo y entre las pocas de su clase en territorio nacional.
Desde la perspectiva actual y con las leyes de protección patrimonial vigentes, resulta sorprendente el escaso reconocimiento que este tipo de hallazgos suscitaba en la población de la época. Solo algunos visionarios, como Manuel Gómez Moreno y Alfredo Cazabán Laguna, entre otros, comprendieron su relevancia, y es gracias a ellos que hoy disponemos de un detallado registro histórico.
De las innumerables piezas extraídas en la excavación del corral de aquel molino, no se tiene noticia alguna. Es posible que otros sarcófagos de mármol fueran reutilizados para distintas labores; de hecho, se sabe que uno de ellos aún podría permanecer en la antigua vivienda de la Fundación. El resto de los materiales pudieron haberse vendido, fragmentado o integrado en las viviendas en construcción en esa época, como mencioné anteriormente.
Las autoridades municipales, por otro lado, no lograron responder adecuadamente a la importancia de este patrimonio, lo que privó a Martos de conservar una de sus grandes joyas arqueológicas. Décadas después, otros vestigios continuaron apareciendo en calles como Campiña, Real o en la misma plaza del Llanete, aunque terminaron desapareciendo bajo la piqueta, percibidos por constructores y ciudadanos como: un montón de piedras.
¿Creen que el sarcófago paleocristiano de Martos debería volver a su lugar de origen? ¿Deberían las autoridades locales marcar el lugar de su descubrimiento, como homenaje a una de las piezas más importantes descubiertas en el municipio? ¿Qué opinan sobre lo ocurrido? ¿Tienen más información que desean compartir? Si les ha gustado esta historia no olviden ¡Compartir! Sus opiniones, información e historias serán bien recibidas por cualquiera de los canales disponibles.
Y si aún quieren seguir conociendo historias sobre grandes descubrimientos en la ciudad les invito a leer: La villa romana de Martos: un crimen contra la historia y el patrimonio.
Vídeo
Referencias
- Gómez-Moreno, M. (1897): "Antigüedades cristianas de Martos.".
- Cazabán Laguna, A. (1923): "El sarcófago latino-cristiano de Martos".
- De Villalta, D. (1582): "Historia y Antigüedades de la Peña de Martos".
- Recio Veganzones, A. (1989): "La inscripción poética monumental del antiguo baptisterio de la sede Tuccitana (Martos) en la Baetica".
- Recio Veganzones, A. (2001): "El sarcófago paleocristiano de Martos. Intentos de traslación y venta del sarcófago a la Real Academia de la Historia en Madrid".